Junto a ti, Jesús, al lado de tu portal donde naces
hoy quiero hablar contigo. Lo hago con cariño y confianza en medio de la
celebración de la eucaristía de esta Nochebuena.
Miro a tu boca, y pienso en tus palabras. Fuiste niño
de pocas palabras.Tardaste en hablar. Tenemos conocimiento que a los doce años,
saliste un poco respondón: “¿No sabían que debía ocuparme de las cosas de mi
Padre?” Una palabra en la que tenías clara tu misión y cumplir la voluntad de
tu Padre Dios estaba por encima de tu familia. Te quiero pedir que nos des esa
capacidad de saber discernir lo que quieres para cada uno de nosotros, que
tengas un lugar importante en nuestras vidas. Sin embargo, fuera de este
detalle poco más hablaste, o al menos eso sabemos. Claro, con eso nos enseñas
que hay que hablar poco y escuchar mucho. Necesitamos escuchar más a todos, a
las personas y también a ti. Si escucháramos más, huiríamos de juicios y
críticas. Ya de adulto, proclamarás que son dichosos los que sienten necesidad
de ti. Danos la capacidad de escucharte, de acoger y consolar con la palabra
oportuna en cada momento.
Jesús,
tus ojos tienen una mirada distinta. Unos ojos que saben mirar el corazón de
todo ser humano. Qué distintos a los nuestros que solemos fijarnos en las
apariencias, y no en el corazón. Nos recordarás que lo malo no viene de fuera
sino de dentro. No te dejas llevar por respetos humanos, ni el qué dirán. Sólo
te importan las personas. Danos una mirada como la tuya.
Déjame
coger tus pequeñas manos de niño. Son las que de mayor ayudan a levantarse a
cuantos a ti acuden. Con ellas, acercas el amor de tu Padre a quienes se
sienten lejos de ti. Déjanos coger por tus manos, para poder caminar en todos
los momentos de nuestra vida. Tómanos de la mano cuando nos sentimos solos o
desorientados.
El
tiempo pasará y Tú, Jesús, crecerás en edad y sabiduría ante Dios y ante la
humanidad. Sin embargo, tu sabiduría nos enseña a olvidar, a dejar atrás lo que
nos impide avanzar. Hermosa parábola la que nos cuentas sobre el hijo pródigo o
el Padre bueno. No importa lo que hayamos hecho, porque nos acercas el amor de
tu Padre que siempre acoge y perdona.
Jesús,
tus pequeños pies de niño aprenderán más tarde a caminar de la mano de tu madre
María. Siempre caminabas para anunciar la buena noticia del Reino y acercarte a
los pobres, a los humildes y sencillos. Te dejarás enjuagar y perfumar los pies
por quien te busca con un corazón arrepentido. Lavarás los pies a tus
discípulos como gesto de servicio. Ayúdanos a estar en camino para anunciar tu
evangelio y acercarnos a cuantos nos necesitan.
Lo
más importante, sin duda, es tu corazón. Ese corazón que te lleva a dar la vida
por nosotros. Como Tú mismo dices: “No hay mayor amor que dar la vida por los
amigos”. Por eso, te presentamos en esta noche todo lo que hay en nuestro corazón,
nuestras alegrías y tristezas, nuestros proyectos y preocupaciones, las nuestras
y las de todas nuestras familias. Nos conoces muy bien, necesitamos la fuerza
del amor de tu corazón. La
fuerza de tu amor, será la fuente de nuestra inmensa alegría.
Un
beso enorme en nombre de toda la
comunidad parroquial de la Santa Cruz, donde has querido ponerme a su servicio
como Pastor y Hermano ¡gracias!
Julio
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